viernes, 13 de agosto de 2010

El Rey Gonzalo


El Rey Gonzalo

El buen rey Gonzalo clavó los talones para sostenerse, por el puro orgullo, sobre los lomos de un caballo que sabía a su amo malparado.

Desde la cima de la Foradada, entre San Beturián y Peña Montañesa, el monarca veía como su sobrarbés reino se diluía en su debilitada retina.

La muerte le venía al ritmo con que la vida, se desparramaba más allá de la insana herida.

Al fondo, sus asesinos afilaron dientes como lobos tras presa, olfateándola rendida.

A traición lo hirieron y a traición lo rematarían.

Y el buen rey Gonzalo, también lo sabía.

Su espada se perdió en la lucha, su armadura claudicaría en cuento le encontrar vía y su escudo, astillado, no podría parar un solo mandoble.

Pensó en cuanto le hubiera gustado regresar a Ainsa y a la seguridad del soberbio castillo que, sin embargo, empequeñecía cuando desde los ventanucos, atisbaba las inmensas agujas de hielo.

Su reino se perdía por boca de un hermano ambicioso al que le pudo menos el amor filiar que la avaricia.

Su hermano traidor que le enviaba recado de muerte por pagados sicarios.

El buen rey Gonzalo cerró los ojos para regresar a los valles altos, donde solo paraba si deseaba hacer caza.

Los valles donde no había ni atalayas ni frontera, ni moro, ni razzia, ni mesnadas, lanzazos o puñaladas de hermanos.

Los valles donde creyó alcanzar la dicha aunque de espaldas, sabía de cuchicheos y tramas.

La debilidad lo estampó contra el suelo.

Aun respiraba cuando lo degollaron.

Pero no sintió dolor alguno.

Al contrario.

La muerte y la de su reino, le agarraron entre osos, contemplando lo más profundo del hayedo, que se cerraba para cobijarlo.

Bucardo

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