lunes, 22 de marzo de 2010

Y ya te echo de menos...


Y ya te echo de menos….
A Don Miguel no se le arrugaron las ideas porque se le resecaran los surcos de las entendederas.
La vida es perra y a el, le vinieron gruesas masticadas.
Hasta que se las vio tumbado y a la que viniera, le sobraron argumentos pero faltaron las energías con que llevarlas de la cabeza a la imprenta.
Al fin y al cabo, era uno de esos que para escribir, o escriben a destajo, con gusto o le pueden dar esquinazo a las editoriales, los réditos, las honras, los sillones de academia y los cheques por derechos de letrado.
Ahora paseaba ligeramente entre sus enfermos olmos, lamentando que en la mano, en lugar de aquella garrocha que le malmetía los lomos, no tuviera una de dos caños y buena plomada, con la que apurar a alguna de las perdices de las que le tentaban desde el ribazo.
Nunca lamentó que sus personajes, murieran con el riego del cerebro.
Al fin y al cabo, las perlas, como las cosas buenas, deben darse a pequeños tragos, dejando crianza para todos los que vengan.
¿Acaso no eran sus libros como las bandadas de codorniz?.
Si, esas que, al venteo, era mejor tumbarlas de menos y dejar que la mayoría escaparan, para que de futuras, alguien supiera lo que es verlas volar antes de que el egoísmo, asfixiara bajo el cemento el alma pura de su tierra castellana.
Don Miguel se quedó parado.
Tanto que su hijo, siempre había uno guardándoles las sombras, pensó que se les había muerto antes de lo que pronosticaron.
- Padre ¿anda usted bien?.
- Muerto. Aunque no lo parezca tanto.

Bucardo

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