martes, 30 de marzo de 2010

El Colchón Frío


El Colchón Frío
Luca finiquitó la noche sin dormir la cama.
Al atardecer, anduvo tentado por recorrer las entrañas de la macrociudad hasta donde sus piernas dijeran basta y buscar luego, casi al amanecer, uno de esos bares donde los cafés se confunden entre noticieros matinales.
Pero cuando el cielo se hizo lluvia, quiso no mojarse y abusó de tarjeta para pagar aquel habitáculo edulcorado, donde la calefacción era insalubre y rozando las sábanas la epidermis se quema.
Apenas se concilió con las dos primeras horas.
No sabía cuando, la puerta del vecino 209 se cerró con un portazo y, a través de las paredes, llegaba el sonido del deseo, los besuqueos babosos, las caricias, la ropa que cae con prisa, los cachetes en buena hora, los ruegos y el golpear machacante de un cabecero ignorante de lo que suponía tener los torillos bien apretados.
Luego el orgasmo y el incómodo silencio, que dejó a Luca contemplando la silueta del techo.
Techo blanco donde un cliente enrabietado, arrojó su zapatilla para dejar la impronta de su propia suela.
Un imbécil, un inadaptado, tal vez, como el mismo, un obligado solitario.
Desde que ella dijo basta, había zigzageado con la vida con la otra mitad del colchón siempre fría.
Incluso casi ni recordaba la última vez que supo lo que era morirse entre las piernas de una hembra sin que esta le cobrara por anticipado la faena.
Sería aquella rubia demasiado jovenzuela y pésimamente maquillada, que pretendía pasar por segura y adulta tan solo por hacer del sexo su experiencia.
Todo lo demás, se diluyó entre los licores de cereza que absorbió para envalentonarse y parecer lo que bien sabía que no era.
Luca se arrepintió profundamente de haber pagado aquella habitación y dejar a la lluvia a solas con su noche.
Paseando triste, bajo ella, hubiera al menos sentido el aire de la ciudad atenazada y harapienta.
Bucardo

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