martes, 27 de noviembre de 2007

La Última Blanca


La Última Blanca

Cuando Ian oyó el clic, supo aun sin verlo, que había captado justo lo que quería.
Ahora a las cámaras, las ideaban con pantallitas, diminutas y funcionales, rodeadas de teclas incitando a borrar, retocar y empecinar, siempre insatisfecho de la perfección digital.
Pero Ian, alumno de la analogía fotográfica, no necesitó echar un ojo a la siembra para saber que la cosecha, le había salido perfecta.
Frente a el, enhiesta pero discreta, quedaba una de las últimas blancas que le aleteaban al Pirineo.
Lo hacía en su propio clima, esa ventisca huracanada que la acogía bajo su seno gélido, alejándola del mercurio creciente que pugnaba por subir desde el valle, arrinconándola hasta matarla.
Aun no moría la noche cuando Ian, sorteando la fetidez de los pies y los ronquidos montañeros, disculpando las quejas de los despertados y la mirada somnolienta del guarda, se había entregado al frío.
Lo hacía seguro de sentirse en su reino, aun sabiendo que ninguno de los que allí pugnaban por el calor, saldría para seguirle las huellas.
Nadie estaba tan loco como para encarar la cima cuando las nubes amanecían carbonizadas, nubes escampadas tan solo cuando el viento salía voraz, descendiendo dominante hasta azotar como si de arbustos neonatos se tratara, a los pinares negros, centenarios que el refugio compartía con los urogallos.
Ian gustaba de entregarse siempre a la contra.
Era el gusto de quien holla sobre nieve virgen, dejar estampa sobre donde nadie pisa, poner la pieza donde antes no se pensaba....y el resabio placentero de echárselo a la cara a quienes andan pavoneando sus diferencias por eso de seguir la senda facilona y bien señalizada.
Ándate con cuidado zagal – se despidió el portero antes de cerrar el portón y devolverse a si mismo al jergón.
Estaba agotado.
Pero andaba decidido y no pensaba darse el gustazo de flaquear.
Media hora de caminata para perder la protección del pinar, esos pinares rugosos, viejos tipos de acículas largas que incrementaban la sensación de que no eran solo sus ojos los que andaban contemplándolos.
Luego giraba sobre el pastizal, salpicado de hierba carcomida del pasado verano y cientos de excrementos bovinos resecados, para sumergirse en la piedra y el musgo, los canchales, los derrubios, las cuencas sin glaciares y los ríos semicongelados.....era el monte recio, ese que por tener tres cero sobre la cota, se le tomaba por serio, ese que le gustaba vestirse de novia aunque le apretara el verano.
Aun gigante, orgulloso y cabreado, nadie le quitó la cruz de su cima, esa dichosa manía que tienen los humanos, de andarle poniendo banderitas y nombres a todo lo que les parezca más alto, como si al hacerlo, lo creyeran sometido...dominado.
“Pronto escamparás”:
Escampar cuando el viento socarra los labios, no viene a ser otra cosa que ver asomar un sol con haces de luz infantiles y enclenques, acobardado en un recreo de abusones, acojonado ante la primera nube que le plantara cara.
Con la nieve fresca rascándole la rodilla, con las raquetas vencidas, los brazos congelados y diminutos pinganillos de hielo dibujándole el bigote, Ian fue, paso a paso avanzando, rascándole la barriga al más grande...ese que le contemplaba aburrido, con desidia, decidiendo si lo ahogaba bajo un alud, lo mataba de frío o se lo tragaba a través de las heridas abiertas en sus glaciares y barranqueras.
Tirando del cuerpo, sentía el sudor frío y desapacible que le recorría la espalda, aun bajo cuatro capas de tela y una mochila saturada. Tirando del cuerpo se sentía ya minado, a punto de izar la bandera blanca, con los pies amoratados, los dedos tiesos, la mirada ennegrecida y las costillas resquebrajadas.
Pensó en dejarse caer, recuperar resuello, regresar el refugio para tomarse una crema de puerros enlatada pero caliente, algo de pan duro, nueces y una manzana. Si la generosidad abundara, un sitio junto a la estufa....pequeñita pero !que bien tiraba!.
Le vino a la memoria la risotada de aquellos críos venidos a la montaña, en busca de miradas alejadas que ocultaran sus borracheras, un refugio convertido en negocio, objeto de fiesta, teatro de burla y chanza.
Recordó la brusca ira de esa señora de segundas pieles prediseñadas quien no comprendía muy bien como es que en aquel lugar no llegaba la civilización de la jacuzzi, el pay per view, la cama king size y el colchón de agua.
Siguió adelante.
El viento le hacía adorno la bufanda y esta, ya congelada, era capaz de pegarse a la piel con tan mala saña que al intenar arrancarla, se deshacía en pedacitos, llevándose consigo varios jirones de cara.
El aliento se comprimía, caldeando brevemente sus labios, los músculos se contraían a la involuntaria, el dolor se enseñoreaba, las articulaciones se tornaban rígidas e incluso hubo un instante en que creyó que de tanto que le dolía respirar, su corazón se había parado y no le daba ya gana.
Estaba cansado.
Eso era lo único que notaba.
Y sin embargo su otro sentido ese que jamás le fallaba, le daba punzadas advirtiéndole que cerca, bien cerca andaba.
Ya podía sentirse muerto que aquel extraño ruido, le respondía al aleteo de la criatura.
Echó rodilla al suelo, desperezó la mochila, sacó trípode, lo ayuntó a la cámara tratando de hacer entender a la batería que había sido diseñada para dar de si a veintitantos bajo cero, agachó el pescuezo y rezó porque la luz, el aire, su equilibrio, la lente, el dedo, sus nervios y los del bicho no le fallaran.
Quedó quieto, como una parte más de la montaña, con los cristales de hielo sacudiéndole la piel, la nariz, los labios, los mofletes, a modo de diminutos alfileres a miles lanzados.
La mirada fija, el ojo guiñado, la ceja blanquecina, a solo veinte pasos de donde otras miradas lo miraban...el lo sabía y solo debía descubrirlo.
Blanco inmaculado en forma de olas inertes y la vencida racheada de aquella ventisca, ululando dolorida, brotando desde y hasta la cima para cabrearse extendiéndose por toda la falda hasta llegar a un valle demasiado alejado como para descubrir el duelo de pequeñas distancias que sobre ellas se libraba.
Ian agazapado, rodeado por una burbuja de cristal fino y transparente que el mismo, se había fabricado. No había nada fuera de ella que el no quisiera.
No existía el dolor, ni el acoso de lo inhóspito, no le socarraba la vista, nada más que el dedo sobre el pulsor, solo eso.
Uno de los dos fallaría y a el no se le resquebrajaban las tripas de semejante forma como para salir de aquel lugar con la partida perdida.
Fue un movimiento leve y no intencionado.
Una pluma algo suelta a la que el viento le jugaba la mala pasada de mecerla hacia donde no debería.
Al final, la pluma tornó al ala y el ala a un corpachón pequeño pero campechano, dibujando un blanco grisáceo y en la oquedad acurrucado, finiquitado en un pico diminuto y trinangular, negro bajo una coqueta ceja roja, fina pero ancha.
El dedo dejó de temblar...sin llevar guante.
Cuando sonó el clic respiró y lo que parecía ralentizado, mutado en silencio, convertido en hierro, volvió a recobrar su normal aliento.
¿Para que mirar como quedaba?.
Era imposible que lo irrepetible....pudiera salirle mal.


Bucardo


Registro Propiedad Intelectu@l

No hay comentarios: