jueves, 17 de febrero de 2011

En la cápsula....


En la cápsula

En la cápsula, el Andrés ausente pasaba de la cuatragésimo séptima a la cuadragésimo octava.

Llevaba ya un rato largo, allí, entre vigésimas y cuadragésimas, diluido, concentrado, dando señales de aliento con el gesto rítmico y decaido de llevar la mano de la página al cortado.

En la cápsula no había dardos.

Ni dardos ni parroquianos.

No había bromas gritonas, como siempre lo son las pocas graciosas, de nula chispa pero que a grito se pregonan.

Tampoco atendía al guiñote de jubilados, el que canta cuarenta con golpe seco sobre el tapete verde y sin dejar de aferrar el "matahigados".

Nadie quería su mesa.

Nadie por el sol vespertino que se colaba directamente hasta ella y que a el, extraño entre extrañados, agradecía como vitamina de palúdico.

La novela corta se le acortaba de buena, de franca y directa, de no sobrepasar las palabras justas para sobrepasar lo que con ellas se significa.

La camarera rió con risa alcohólica, la que exagera para intentar atolondrar su infelicidad a base de carcajadas grotescas.

En la cápsula no se oía.

Ni a ella ni a las bravuconadas del "antitodo", ni al exagerador de proezas futbolísticas, ni el ruido de la cadena, el volumen de la tele, la musiquilla estridente del tragaperras, el chirrido del suelo engomado o el zumbido de las moscas tras la tortilla poco fresca.

Se oyó, eso si, acallándolos a todos, como un atronador artillero, el sonido de la cuadragésimo octava, haciendose novena.

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