jueves, 15 de julio de 2010

El Silencio de Verónica


El Silencio de Verónica

Verónica desnuda, se dejaba tomar por el sol con la fresca de saber que la zagalería, desgastaba de más la cuota de playa donde ella paraba.

Verónica acogía la luz, reflectando el exceso de calor, rozando la negrura moruna propia de una melanina privilegiada.

Tras las Rayban amplias, extensas sobre mitad de la cara, parapetaba sus sibilinos y verdosos ojos, poemario sin letra de todo el potencial de una hembra grata.

Verónica calculaba los cuartos de frente, espalda o perfil, gozando de la maravillosa brisa, y de la sensación de sentirla, escabullida tras cada poro sin el incordio de las telas haciéndole de puñetero parapeto.

A veces se le acercaba un moscón de los que no se llaman insectos y lo espantaba con su silencio que de cortas parecía incentivarlos y a la larga, los hacía retroceder con el ceño fruncido y el retorcimiento de la imposible revancha.

Los hombres infantiles y su patetismo cuando descubren que jamás lamerían sus pezones rosados.

Ella los dejaba sin haber estado nunca y continuaba expuesta hasta que cerca de las cuatro, el mar le rozaba los pies recordándole la retirada.

Se levantaba y sus fluidas formas, sus caderas de potencial hembra, sus piernas dispuestas, su pubis meticuloso y la perfecta proporción de los senos, hacían de más entre la excesiva testosterona playera.

Caminaba hacia la salida, arenosa pues la cala era de las que no se urbanizaban y comenzaba el ascenso hacia su plaza de camping, preguntándose si sería igualmente deseada, de confesarse abiertamente muda.

Bucardo

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