
La Gutiérrez La Gutiérrez era una de esas, despuntando entre la pelea, que ni consintiendo se hubiera cercenado con el injusto bisturí del olvido. La Gutiérrez estaba con la creación a buenas, no por el inexistente bamboleo de sus caderas de chicazo, ni por ese aparato ferroviario que le parapetaba la mandíbula de molar izquierdo a derecho. El poderío de la Gutiérrez, paraba tras las cervecitas limonadas, siempre breves y escasas, donde conseguía, a base de buen consejo que todos sus defectos, se hicieran bola de plastilina, para reinventarse en la virtud que más exhibía; la de ser fiel a todos los que la querían. Un día, la Gutiérrez desapareció de la vida. Fue el mapa o el crono o que sencillamente, ella se quedó en un sitio y yo, nunca había terminado de moverme del mío. Pero entre las ascuas y desgracias del incendio, surgió de nuevo la Gutiérrez, con las mismas cadera, la misma virtud y sin el aparato, con la sonrisa siempre tan abierta como dispuesta. La Gutiérrez podía hacerse odiosa. A base de bondad, demostraba lo capullo que uno era. Bucardo
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