sábado, 12 de junio de 2010

Las Maletas


Las Maletas
Hubiera deseado que no me viera.
Si, lo hubiese deseado pero ahora no teníamos remedio.
Dentro de una microdécima giraría la llave y el bombín cedería para toparme con ella de frente, con los brazos cruzados, los ojos hinchados y las maletas anárquicamente hechas.
Las camisas atiborradas en ellas serían las mías.
Hubiera deseado no rubricar aquel negocio antes de lo previsto.
Hubiera deseado no tener una tarde libre y una cabeza caliente.
Hubiera deseado, si, Dios como lo hubiera deseado, no sentir el tic tac del cronómetro.
Pero ahora era a demasiado tarde.
Cuando llegué al apartamento y entré, con las inmensas ganas de verla, de pasar la tarde con ella y pedirle disculpas por la ausencia de beso a las seis de la mañana, supe por los gemidos que no estaba sola.
Y aun así, me acerqué de puntillas para contemplarlo.
Asomé discretamente la cabeza para verte y que tu giraras el cuello para descubrir como lo hacía.
No dijiste nada, no sucumbiste al tópico, no prometiste, ni lloraste, ni sentiste vergüenza arrastrándote por mis disculpas.
Sencillamente seguiste dejándote amar por aquel otro.
Marche por unas copas, unas mezclas destroza hígados que obraran igual con mis neuronas, bálsamo de olvido para los peores tragos.
Si.
Hubiera deseado no ser visto y regresar tranquilamente a mi trabajo.
Fingir en el regreso que todo quedaba como a las seis de la mañana lo dejamos, que seguíamos fingiendo y que aquellas maletas, no iban a convertirse en nuestra nueva casa.
Bucardo

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