sábado, 22 de noviembre de 2008

El Paseo


El Paseo
El hombre paseaba desorientado mientras tráfico, pestes y peatones, lo esquivaban casi por milagro.
No oía, no veía, andaba ensoñado, incapaz de reconocerse en aquel paisaje urbano.
El estaba más allá, quedaba más atrás y aunque la estética fuera de nuevo milenio, prefería creerse todavía niño y agarrado a alguna mano.
Los coches eran carros, las calles empedradas y los caballos, gigantes, dejaban resonar en el aire toda la fuerza de sus cascos.
Las gentes vestían de traje y sombrero, saludaban sin empujar y si tal circunstancia se daba, se disculpaban con franca cortesía.
El río era claro y bravo, las piedras nada negras y era posible, a través de las conversaciones, escuchar las hojas de los plataneros.
Ensartados entre las agujas de la catedral, los nidos de las cigüeñas.
Esqueletos de un pasado que ya no estaba.
En su lugar, aquel cartel, expandido y colorista, donde una señorita poco recata ofrecía las burbujas de una botella que sostenía.
Sonaron las campanas electrónicas.
Y la ciudad recobró ante sus ojos, todas su verdadera vida.
El hombre respiraba ansioso y hundido, perdiendo la vista de todo lo que conocía.
Regresada la conciencia, no reconocía ni calles ni fachadas, ni idiomas ni rostros, ni gritos, ni tan siquiera el aire que respiraba.
Sobrepasado, el cuerpo se le dobló sobre la acera.
Nadie, ni una sola sombra se paró para saber que tal se encontraba.
Miró el asfalto....miró sus manos.
Uno pulido y aseado.
Las otras, hace mucho que dejaron de ser las de aquel niño.
Enormes e infladas, evidencia de lo que ya nada era ni volvería a ser.
Desde la izquierda surgió otra, más viva y decidida que aferró las suyas, temblorosas mientras dejaba sonar su voz, dulce para que no se asustara.
-Padre anduvimos buscándote toda la mañana.
El hombre curioseó aquel rostro sonriente y consolado que en algo se le recordaba si bien un dolor extraño y palpable le impedía encontrar el nombre que le pertenecía.
-No debes escaparte padre. No ahora que nos queda tan poco.
-Claro.....claro.
Respondió dudoso.
No estaba seguro de si era quien sospechaba.
Pero el calor de su mano confortaba.
No podía ser nada malo.

Bucardo

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