domingo, 4 de mayo de 2008

La Mirada de una Flauta


La Mirada de una Flauta
Berlín transmite frío.
No es un frío aéreo, no es un frío puramente invernal o climático.
Es un frío real, sólido y palpable, bebible a través de una Pills, digerible por medio de un acanelado Strudell de manzana.
Tal vez esa sea la razón por la que los berlineses con acné, gustan, en mayor medida que sus iguales germanos, de apiñarse como hormigas en marabunta y consagrar esa especie de pseudocultura que son los pubs, discotecas, antros, conciertos de taberna estrecha, psicodélicas lumínicas y musicales…paranoias modernas que se untan de moda cuando no es más que adiestramiento de borregos.
No me desengaño.
Sin excepciones, todas las urbes esconden, entre sus pequeños defectos, las simientes que nutren sus grandes encantos.
Tratar de coger cariño a las pacíficas ruinas del foro romano, resulta imposible sin la anarquía dominante de “motorinos” y contaminantes.
Hacer lo propio ante la eficacia y utilitarismo del urbanismo berlinés, cuesta un poco más sin asumir la frialdad enquistada en el monumento al Holocausto, el gris taladrado del Reichtag o los paseos húmedos por el Unter den Linden o frente a la ribera del Spee.
Camino de su mano buscando una tienda de ropa al peso.
Abunda este tipo de comercio, surgido del snobismo exagerado, ese que multiplica los precios por el valor de la marca, mucho más rápido de lo que engordan los sueldos.
Nuestro objetivo goza de cierta fama.
Sale en las guía y eso, para lo que apenas llevamos setenta y dos horas tratando de hacer comprender nuestro arcaico alemán a los alemanes, es más valioso que la propia intuición.
Por la calle se percibe cierto aire mezclado.
A la llamada del pedazo tela, acuden gentes con diferente acento.
Italianos, franceses, holandeses que son como los alemanes solo que algo más fumados….unidos por el inglés, la globalización y la necesidad de vestirse las carnes a precio bajo.
Media hora más tarde…ella claudica.
No da con nada entre la vorágine de ropa usa e higiénicamente cuestionable.
Yo he necesitado cinco minutos.
Lo justo para descubrir un maniquí vestido con apariencia de proxeneta neoyorquino de los setenta.
Salimos a la calle y preferimos desviar el gasto hacia unos capuchinos y un par de gruesas porciones de Karrote Kuche.
El frío quema calorías y el cuerpo las reclama al tiempo que la conciencia exige que les libremos de las lorzas y el pecho decaído.
Es una ruleta donde comenzamos ya perdidos.
Resulta ser una buena decisión.
Desde el enorme ventanal del establecimiento se atisba la amplia visión de la Alexander Platz.
Oscurece y esta en obras pero eso no impide que las luces apenas logren rasgar la noche y que haya mucho gentío pero pocas caras…todas ocultas bajo los gorros, tras las bufandas.
- Hace frío – me dice ella, sonriendo mientras da unos sorbos al café.
- Más de lo que parece.
Al salir, lo hacemos algo más templados.
Pero la humedad del río tarda un suspiro helado en recordarnos quien manda.
Caminamos bien pegados, no se si por amor, no se si por lo gélido y en apenas un cuarto de hora, topamos con la neoclásica entrada del
Berliner Gesichte Museum.
No entramos.
Viajar es como amar.
Siempre hay que dejar alguna pregunta para justificar el regreso.
Dos pasos más tarde damos con un mendigo.
Se presenta intangible, hundido por el peso de su suerte y bajo varias capas de abrigos varios…de colores apagados y sucios.
Toca la flauta.
Intuyo que aun echando unas monedas, no conseguiría hacerlo con mejor tino.
Sus barbas canosas y las manos infladas, revelan las invernadas que llevaba aguantando el compás bajo la helada.
Sacó dos euros.
Algo y nada.
Al echarlos, no deja de tocar pero me mira.
Por la noche, mientras ella duerme rogando de vez en cuando que la abrace para cubrirle las espaldas, pienso en la ciudad, en la Museum Insel, en el cuello de Nefertari, en las puertas que traspasó Alejandro y las cicatrices del Parlamento…veo Charlontenbug todo rosado y los jardines hibernados de Postadam.
Sin embargo, nada me parece más irrepetible que la mirada de aquel anciano.
El único punto cálido de un Berlín…definitivamente frío.
Bucardo

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