miércoles, 11 de mayo de 2011

Shugâ


Shugâ

Shugâ era azúcar en su idioma de ojos rasgados.

La que bajaba su mirada a poco que, solo con ella, nos rozáramos.

Shugâ vino con una maleta.

Una de esas enormes, rodante y metalizada, asfixia de pegatinas, solitaria y certificada, pasaporte indiscreto del recorrido que nos había reunido.

Un paseo largo hasta estar allí, sobre el sillón giratorio y acolchado.

Shugâ se sentaba acogotada, como si en torno a su discreta estampa, una inmensa presión pretendiera marchitarla.

Y sin embargo, no se como, en un español de acento tokiota y escasa mácula, pidió un su “Old Fashioned” con el reborde de azúcar caramelizado.

Cada sorbito, traía a Shugâ una inexplicable sonrisa mientras yo, fingiendo ineptamente mi indiferencia, no sabía como preguntarle lo que le ocurría.

- Cada vez que bebo, me bebo un poco de mi misma.

Fue así como supe lo que significaba.

Y aunque yo de japonés ni aun las justas, cogí el cuchillo, lo agarré por el mango y de un corte limpio desgajé al limón un gajo.

No pedí licencia.

Solo lo exprimí sobre la mezcla.

En el empeño dos gotas se escaparon. Una a mis manos con olor a torrefacto y la otra a esas suyas, tan asépticas y blancas que movía como si no quisiera tenerlas ni de cerca ni alejadas.

Ninguno de los dos recurrimos a una servilleta.

Ninguno pidió disculpas ni fingió ceguera.

Ambos llevamos a la boca el sabor ácido que se nos había acoplado.

Y Shugâ volvió a reír.

- ¿Te llamas limón? – preguntó.

- No. ¿Por qué?.

- Porque nos sale bien el combinado.

Bucardo


No hay comentarios: