El Barrizal…
Cuando Auno las hundió, el barro absorbió sus manos, ennegreciendo las yemas, las uñas, las digitales, un, dos, tres cuatro y cinco dedos, los carpos y metacarpos, la muñeca, las venillas y los antebrazos….su pestilencia, nauseabunda, hacía demasiado que no hacía ascos a la pituitaria.
Cuando Auno trataba de imaginarse la niñez, buscaba secretos ocultos en la ciénaga mientras madre lo aguardaba, fingiendo enfado, a que saliera del barrizal para meterlo en la lavadora con la ropa sin quitar.
Luego, con el pelo mojado y la piel cálida, aguardaría un tazón de leche endulzado y unas galletas que lo convirtieran en merienda.
Auno lo soñaba mientras los dedos se resquebrajaban cada vez más encrespados, cada vez más embrutecidos, la mirada cenutria y el anhelo ahorcado, hundido en el barro de donde usurpaba, el coltán, el cinc, el cobre o hierro con el que callar el hambre y seguir alimentando sueños.
Bucardo
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