lunes, 1 de noviembre de 2010

Solo yo se como te gusta...


Solo yo se como te gusta

Cada noche, tras la cena, la madre llevaba a su niño en brazos, lo acostaba y con una sonrisa tranquilizadora, lo acotaba, tapándolo con una mullida manta.

Todas las noches, dejando la puerta entreabierta, para que no se quedara con sus miedos y fantasmas, indefenso y a solas.

Todas las noches, todos los días, todos los inviernos y veranos, todos…todos….durante años.

Todos hasta que el niño, ya no tan niño, le pidió que cerrara la puerta, porque ya no le dominaban sus miedos.

La madre rió, la madre hizo burla y continuó, como antes y siempre, dejándola a medias.

Todas hasta que el niño, ya no tan niño, quiso mullirse al gusto.

La madre rió, la madre hizo burla, convencida de que el niño seguiría, hoy y siempre, sin saber hacerse las cosas.

- Mamá no me gusta que cubras tanto. Me gusta respirar, me gusta el aire fresco.

- Tonterías – respondía – Así es como yo se que te gusta.

- Mamá cierra que quiero estar a solas.

- Tonterías. Yo siempre voy a estar a tu lado.

El niño, ya no tan niño, comprendió la incomprensión y decidió tras la cena, levantarse sin comparsa, acostarse sin manta y quedarse, sin cuna, rápidamente en modorra.

No sintió a la madre, entrando de hurtadillas, no la sintió sentándose a su vera pero si la sintió, zarandeándolo, arrebatándoselo a la antesala del sueño para regresarlo allí donde ella se encontraba, en esa quimera donde nada ocurría y no existían los minuteros.

- ¡Mamá!.

- No vuelvas a hacerlo – sajó – Nunca vuelvas a hacerlo.

Las noches calmas desaparecieron, las disputas se hicieron postre de la cena entre la intolerancia, el anhelo por ser y la negativa a consentir un solo gramo.

El niño, ya hijo, supo ver en la distancia remedio y la madre, angustiada, se sofocaba cada vez que dos baldosas los separaban de su perenne neonato.

Así hasta la fatídica noche en que la madre, aterrorizada ante el nudo que se desataba, desoyó las quejas, alisó las sábanas y arropándolo con la manta, taponó su nariz con fuerza obsesionada.

Su perpetuo e inmutable vástago, embistió, arañó, rasgó el aire y su rostro, con los ojos espantados y la mirada de quien no esperaba llegar al final tan pronto quedando para siempre muerto, para siempre niño.

-- Así mi cielo. Así. Solo yo se como te gusta.

BuBucardo

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