
El Barro
Hoy bajo el barro, me olvidé de ti.
Bajo el hierro candente, la lluvia en plomo, las arcadas de horror y sangre, dejé de recordar tu nombre y la sonrisa avergonzada con que me entretenías cada vez que lo pronunciaba.
Cayó del cielo un chaparrón fétido y asqueroso y a la orden de "!Pongase las máscaras!", terminé de borrar el instante en que nos unió la carne y bajo ella el alma, y sobre ella el regusto de saber que ni crismones ni sotanas iba a robarnos aquel momento.
Hasta que llegó la real metralla y entre sus silbidos, la muerte de todo lo que nos alegraba.
Hoy, agazapado en el lodazal, ocultándome entre las tripas y la mugre, recé para que mi muerte fuera tajante y limpia, para que antes hubiera anticipado el camino a todos aquellos que alguien juraba como mis enemigos.
Y al hacerlo, cada vez que alimentaba la bayoneta, dejaba de atesorar el tacto de tus caricias, el sabor de tus pezones, tu pisada en la arena, diminuta frente a la mía, de gigantón empequeñecido ante todo lo que representabas.
Me cogías la mano como yo ahora aferro el cuello de quien estoy estrangulando.
Y mientras las cuencas abandonan sus ojos y yo le hundo los pulgares hasta la nuez, tu, desde lejos, tratas de leer en mis cada vez más escuetas y embrutecidas cartas, un atisbo de que aun te amo...aquí, desde lejos, entre el barro.
No lo hallarás.
Porque yo ya no soy yo.
Soy el hierro bajo el que muero y mato.
Bucardo